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Entiendo por adicción cualquier comportamiento que atenta contra el principio de la vida hacia uno mismo y hacia los demás. Y donde el miedo a seguir vivo busca formas de evasión de alta intensidad y, por tanto, muy devastadoras.

Adicciones

Según la condición y constitución de la persona, la evasión se manifiesta en forma de drogas, fármacos, sexo, trabajo, tecnología, juego, comida, alcohol, entre otras posibilidades.

Lo que caracteriza a todas estas adicciones es la intención que pone el consumidor en una u otra para tapar el dolor y sufrimiento que siente, y con el que no puede conectar:

 Más adicción sentimos, más dolor y sufrimiento hemos vivido y necesitamos no sentir

Por tanto, no es la cosa en sí misma lo adictivo, sino la relación que una persona mantiene con el objeto de adicción, movida por el profundo sentimiento de que la vida no vale nada o apenas nada.

La compasión y un acompañamiento que posibilite que la persona pueda tener nuevas experiencias no traumatizadoras, es un principio de camino, según mi comprensión sobre el tema. Si la persona puede contactar con su dolor, sostenido por otra persona, es muy probable que no tenga como única respuesta a su propio dolor el escapismo que significa la adicción, y pueda restaurar la carencia de estima que siente por su vida, en particular, y la de otros seres vivos.

Cuando nos escapamos de algo que no queremos sentir porque nos produce dolor y sufrimiento, entonces nos separamos o desconectamos. Una vida en desconexión es un tipo de muerte prolongada en el tiempo y que conduce al desequilibrio vital y a sus manifestaciones en el cuerpo (la enfermedad).

Ser conscientes de por qué nos hacemos adictos a algo, es fundamental para la transformación y restablecimiento de la energía vital que ha sido truncada por el sufrimiento y la negación del principio de vida. Esta consciencia inicial, por sí sola no es suficiente, necesita ser “nutrida” y ampliada para su integración, enraizamiento y centramiento.

¿Existen niveles de adicción? En mi opinión, la adicción se va habitando hasta que se instala como la única y posible forma de existir. Neurológicamente hablando, se inhabilitan las funciones de control y discernimiento. Los neurotransmisores se desconectan. La inercia adictiva es tan fuerte que no puede aplicarse la fuerza de voluntad mental, pues está compitiendo, además, con la falta de sentido vital. Y ante el sinsentido de la vida, los mecanismos de raciocinio son insuficientes.

Por tanto, a lo que nos enfrentamos en realidad, es a la pérdida de sentido de estar vivos, de la pérdida de la fuerza o energía de vida que pasa por sentir y estar en contacto con nuestras sensaciones, sentimientos y emociones. Todas las adicciones comparten la misma raíz:

 La adicción a no sentir

Esta es la profunda y primera adicción que necesita ser revisada y restaurada. Cuando no podemos sentir el dolor, tampoco podemos conectar con el gozo y la gratitud.

Cualquier adicción o relación adictiva es una negación al valor del ser humano y otros seres vivos, por un lado, y al principio natural de la transformación o cambio, inherentes a la vida, por otro. Con la adicción, se bloquea el desarrollo y realización de la persona. Esto es promovido por las sociedades consumistas basadas en las relaciones de poder y violencia.

 

SI HABLAMOS DE COMIDA…

Con la comida como adicción, el camino a restaurar se realiza con un proceso en hábitos de alimentación profundo y progresivo. Cada persona es única en su individualidad y singularidad. Pero en líneas generales, pueden darse los siguientes pasos:

  1. El reconocimiento de la adicción.
  2. El consentimiento de querer dejarse ayudar por otra persona desde la confianza, la seguridad y la confidencialidad.
  3. El autocompromiso con la autorresponsabilidad en el proceso de sanación que implica estar vivo.
  4. El trabajo en equipo y creación de un vínculo sano.
  5. El entrenamiento en nuevos hábitos de alimentación como fuente de nutrición desde un marco integrador y holístico (biomecánica y bioenergética del alimento).
  6. La comprensión de la interrelación del cuerpo físico, psíquico y emocional.
  7. La autocompasión.
  8. La restauración del sufrimiento en dolor (experiencia del sentir) como parte intrínseca a la vida.
  9. La restauración del sentido de pertenencia y no separación.
  10. La restauración de la identidad y de la narrativa individual o voz de la persona.
  11. La restauración del propósito o sentido de la vida.

 La comida en sí misma no es adictiva

¿Cómo podría la naturaleza proveernos de algo que atenta contra la vida humana?

Siempre menciono en mis acompañamientos que una zanahoria, por ejemplo, no genera adicción, pues se trata de un alimento vivo, fresco, natural. Sin embargo, muchos de los “productos” de la industria de la alimentación sí son adictivos porque son el resultado de una desnaturalización y desenergetización operada en laboratorios, en el mejor de los casos. En el peor, son una cosa con aspecto atrayente y formado por aditivos y conservantes tóxicos para ser consumida con avidez y volver a repetir. Son alimentos que producen enganche químico que va directo, vía sangre, al cerebro para generar dependencia, disfuncionalidad y enajenación.

Cuando alguien acude al Arte de cuidArte, y en su demanda aparece el café, el chocolate, el azúcar (dulce vacío), las bebidas alcohólicas, o incluso el enganche a alimentos “saludables” como, por ejemplo, los frutos secos (sin azúcares ni sales añadidas), nos planteamos dos temas:

  1. El no control de las cantidades (cuestión de límites y autorregulación).
  2. El valor simbólico emocional que representa la ingesta de un alimento u otro (patrones nutricios y estructuras de carácter).

Aporto una idea más. La adicción a la comida puede compararse a una relación de dependencia insana (en realidad, la relación no es con lo de afuera sino con uno mismo, solo que también tiene su reflejo fuera de la propia persona). Esta relación de dependencia insana queda justificada por el placer perseguido. Este tipo de placer suele ir acompañado del anhelo de la inmediatez:

 Consumimos placer e inmediatez para intensificar la capacidad del sentir

Esto es muy frecuente, también en personas que no tienen una relación adictiva con la comida o un trastorno alimentario diagnosticado.

Perseguimos sensaciones intensas y prolongar los estados de éxtasis a través de la comida. Pero, en realidad, lo que se busca es desde las sensaciones de extremo calmar o anestesiar una carencia o falta de afecto o sostén traducido en malestar o sufrimiento. El mecanismo de recompensa o consuelo con la alimentación es bien conocido.

Se puede reconfortar un mal día con un capricho alimentario y no sucede nada, si somos conscientes de lo que hacemos y por qué lo hacemos. Si la conducta persiste y acaba siendo la única posibilidad de confort, entonces la relación con el alimento, ya sea el tipo de alimento o la cantidad o la manera de comerlo, pueden indicarnos una relación desequilibradora.

Esto es así porque el presumible confort deja de ser fuente de bienestar y se convierte en un lastre para la libertad:

No hay libertad sin la capacidad de discernimiento y elección

No existe libertad sin la capacidad de discernimiento y elección

Tapar el dolor y sufrimiento que hemos sentido en la vida o estamos sintiendo en nuestro presente con la comida es una manera de postergar algo que urge ser revisado. También es una manera de negarnos la oportunidad de experimentar una vida con afecto y autosostén.

Vivimos en una sociedad que reconoce y aplaude la hegemonía de la razón en detrimento de la dimensión afectiva del ser. No todo lo que sentimos es aceptado. Hemos aprendido a sobreadaptarnos y legitimar esta creencia. Es eso, una creencia que pide urgentemente ser transformada para el reequilibrio y armonía de todos los seres.

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