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¿Sabías que tempus, temporis, origen latino de la palabra tiempo, significa sien? ¿Y que de tempus, temporis procede la denominación del hueso temporal, situado en el cráneo?

Trazamos una línea que va del ojo a la oreja, y ahí lo tenemos (las gomas de las mascarillas están justo sobre este hueso). El temporal es par, uno a cada lado del cráneo. Y cumple una función fundamental en el cuerpo humano: albergar los órganos que hacen posible el proceso de la audición. Además de recordarnos el lugar de sujeción de las mascarillas, otro dato curioso es que se trata del hueso más duro del cuerpo humano.

tiempo

Primera constatación: tiempo y audición se dan la mano. Al final de este artículo veremos qué es lo que realmente escuchamos o necesitamos escuchar. Pero a mí, lo que también me llama la atención es la proximidad del hueso temporal con los maxilofaciales. Ya sabes, cuando hablo de maxilofaciales estoy pensando en… ¿Será que el tiempo y la masticación guardan relación?

Empezar un artículo con etimología y anatomía es, además de apasionante, una manera de comprender y volver a constatar lo relacional del ser humano. Las partes del cuerpo están interrelacionadas. Las palabras también.

La palabra tiempo es bonita, pero su vivencia actual nos trae de cabeza, la verdad. Será porque, como acabamos de ver, el tiempo se relaciona con el hueso temporal que está en el cráneo.

Luciano Concheiro, en su ensayo intitulado Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante (Anagrama, Barcelona, 2016), habla de la “inmovilidad frenética” para referirse a la época en la que vivimos, y nos trae a la imagen la rueda del hámster que gira a gran velocidad pero sin desplazarse. ¿No te parece un oxímoron?

El tema de la aceleración puede abordarse desde diferentes perspectivas: económica, política, social… A mí me interesa mucho el impacto que tiene en el ámbito de la Salud haber devenido seres cada vez más inmóviles y frenéticos. Esto es fuente de enfermedad. El equilibrio homeostático se pone patas arriba. El cuerpo físico se debilita, así como el mental y el emocional. La Salud actual es un tremendo oxímoron creado por nosotros mismos.

La aceleración de los desarrollos tecnológicos, de los cambios sociales y la del propio ritmo de la vida diaria desestabilizan el orden necesario para asegurar el equilibrio, o sea la vida.

Cuando el trabajo manual (y animal) comenzó a ser sustituido por la máquina para acelerar la producción y las ganancias, el tiempo empezó a desnaturalizarse. Nos hemos desnaturalizado.

En la home de mi web escribo:

“Sufrimos de desvitalización, deshumanización y acorazamiento con nosotros mismos y con los demás como consecuencia de la separación con la Naturaleza. Volver a conectarnos con ella es imprescindible si queremos recuperar la salud, en un sentido integral (cuerpo físico, mental, emocional), pues solo desde el contacto con lo vivo puede entenderse la vida.”

La integración y unión de los tres cuerpos no es algo evidente en nuestro azaroso y desconectado cotidiano. Pero sí puede entrenarse de a poco y con constancia. La conciencia (mental) seguirá separando en dualidades, porque esta es la función de la mente. Por tanto, el entrenamiento se orienta a niveles de conciencia más profundos. Más respirados, me gusta matizar.

En otro artículo publicado en el Blog, sobre Alimentación y Emociones, también hago hincapié en la desnaturalización como aspecto determinante para explicar la relación que tenemos con la comida actualmente.

Recordemos que la aceleración del tiempo –con la producción mecanizada-, llevada a los medios de transporte, significó la transformación de la noción del espacio. Así que tiempo y espacio ya no son lo que eran, mejor dicho, dejaron de ser lo que estábamos acostumbrados a percibir, a sentir. En palabras de Luciano Concheiro:

“El movimiento desencadenado fue doble: el mundo se expandió y, al mismo tiempo, se contrajo. Los individuos ampliaron su campo de movimiento, el cual se había restringido al lugar de nacimiento durante siglos, y en paralelo el mundo se volvió cada vez más compacto. Al pasar del tiempo, el mundo terminaría por volverse una aldea. Este proceso fue catalizado por los medio de comunicación. Primero el telégrafo, luego el teléfono y finalmente internet terminaron por propiciar la aniquilación total de las distancias espaciales. La información se movilizó a velocidades crecientes, hasta el punto de la simultaneidad, de la unión del aquí y el allá en una misma realidad virtual.”

Expresado en términos de Yin Yang, Expansión Contracción, podemos decir que el ESPACIO, visto como el mundo, que era reducido porque estaba circunscrito al lugar de nacimiento y poco más, se amplía con el TIEMPO acelerado de la era de la industrialización y el capitalismo. Pero esta ampliación espacial, al poder desplazarnos y llegar a casi cualquier lugar del planeta, física y virtualmente, se vuelve a contraer: Contracción – Expansión – Contracción.

Esto me lleva a hacer hincapié en la paradoja de los tiempos actuales. En siglos pasados, las barreras físicas eran reales, vivíamos más lejos los unos de los otros. En el siglo XXI, la expansión excesiva y acelerada del espacio y del tiempo nos mantiene alejados los unos de los otros. La ilusión de proximidad, que posibilita la virtualidad y simultaneidad tecnológica, es distanciadora, enajenadora y fragmentadora. Vivimos, si cabe, más separados que antes, en la medida en la que estamos desnaturalizados y nos hemos desconectado de nuestro sentir.

Esta desconexión con el sentir explicaría la apremiante búsqueda de contacto que el ser humano contemporáneo y postcontemporáneo anhela y no alcanza a satisfacer. La búsqueda se realiza hacia afuera, y por mucho que encontremos, no nos llena.

Es posible que aún no se entienda por qué me parece tan grave la desnaturalización del tiempo y del espacio, y lo que representa para la salud del ser humano y el lugar que habitamos. Me explicaré un poco más desde la nomenclatura de los polos opuestos complementarios o según el principio Unificador que rige el orden del Universo.

Según estas leyes, el equilibrio se establece siempre en la relación del binomio Yin Yang. Este equilibrio no tiene por qué ser equitativo, de hecho son pocas las veces en las que la naturaleza nos ofrece la relación 50%-50% (es el caso de los equinoccios estacionales, por ejemplo). De hecho, el Yin Yang se entienden de manera inclusiva: yin contiene a yang y yang contiene a yin, siempre. Si la proporción, la que sea que tenga cada manifestación o cosa, y en la que se basa el equilibrio de la cosa, se ve alterada, interrumpida, llevada al otro lado, el equilibrio entrará en caos. La vida lo hace constantemente, por eso hablamos de equilibrio dinámico. Pero cuando el caos dura, desestabiliza el orden establecido.

El exceso y la aceleración son formas muy extendidas de alteración del equilibrio. Si aprendemos del desequilibrio, para salir de este y establecer nuevos órdenes, entonces el caos cumple un fin natural y necesario de vida. Si no somos capaces de aprender de la experiencia caótica vivida, entonces se produce la desintegración o muerte (cuando los extremos se alejan tanto que llegan a tocarse). Esto puede ser literal o simbólico. Pero aunque sea simbólico, siempre habrá tenido un impacto en la parte densa, material o física del cuerpo.

Paso al lenguaje no energético. Internet produce desmemoria. La cantidad de información almacenada es desorbitada. Necesitamos saber algo y googleamos. Este gesto (de tiempo al instante y acercamiento de espacios lejanos desde y en una pantalla) produce “amnesia digital”. Al mismo tiempo, esta amnesia es lo que nos permite soportar la velocidad de la información y el exceso del flujo informativo.

De la misma manera como externalizamos la responsabilidad de nuestra salud, también externalizamos nuestra memoria con un uso excesivo o indebido del tiempo (y espacio) digitalizado o tecnologizado. Las funciones cerebrales (de ambos hemisferios) quedan minimizadas. Todo esto merma nuestro potencial de salud, y puede provocar desequilibrio o enfermedad por analfabetismo digital.

En cuanto a las narrativas temporales, no hay espacio para ellas. La velocidad dificulta la estructuración de una trama, darle sentido y entretejer un conjunto coherente. Pasado, presente o futuro son brumosos, humo. Se pierde la corporalidad y con ella el enraizamiento y el contacto que nos conectan con la tierra y el sentir. La cabeza se pone a mil, y olvidamos que debajo de esta, hay más cuerpo, más vida.

“No tengo tiempo para nada”, “el tiempo pasa volando”, “no me queda tiempo para mí”, son algunas de las frases que nos decimos unos a otros, o a nosotros mismos.

“El tiempo pasa volando”, a mí me suena casi a reproche al propio tiempo. Sinceramente, yo creo que el tiempo no tiene la culpa de nada. Entonces, ¿de quién es la culpa, o quién es el responsable de que vivamos tan apurados, tan asediados por las prisas, la velocidad o el estrés?

“No tengo tiempo para nada” o “no me queda tiempo para mí” nos habla del sentimiento generalizado de que el tiempo con el que contamos nunca es suficiente.

Y a todas estas, ¿qué es lo primero que sacrificamos de la lista interminable y angustiosa de tareas pendientes? Tómate unos minutos para dejarte sentir cómo es en tu caso… Si en tu caso, lo primero que sacrificas o pasas al final de la lista es el cuidArte, no eres el/la única.

El tiempo apresurado y el tiempo presionado se pueden explicar por las prisas y la presión que el capitalismo imprime a nuestro cotidiano. Para ganar (más) hay que ir rapidillos y no parar. El desarrollo tecnológico (internet y los dispositivos móviles con su mensajería instantánea) deshumaniza los límites temporales y espaciales. Incluso para aquellas personas que tienen una relación sana con su móvil, tableta u ordenador, lo cierto es que en el ambiente se respira más bien urgencia, un estado de alerta y una relación de apego a las pantallas. Eso que coloquialmente llamamos 24/7, donde el trabajo y lo que está fuera del trabajo se confunden.

Psicológicamente hablando, esta confusión está en el origen de parte de la inestabilidad emocional y mental actuales. La capacidad para parar está muy mermada. Y el grado de tolerancia a la espera, también. Conclusión: la crispación y la irritabilidad aumentan si no podemos controlar el tiempo.

El tiempo es tiempo, no es prisas ni presión. Tampoco es mucho ni poco, suficiente o insuficiente. La percepción que un individuo tiene del tiempo es subjetiva porque atiende a su mirada interna o vivencias acumuladas. Sin embargo, como colectivo social, hemos desarrollado una percepción del tiempo apresurada y aprisionada con la que nos identificamos. Parece que vivir así es lo normal. Lo hemos normalizado. Normalizar algo implica controlarlo. Y queremos controlar algo que se escapa a sus leyes inherentes. La naturaleza del tiempo es la impermanencia. Es lo que tiene Ser Naturaleza. Cualquier intento por cambiar esto es absurdo, egoico, soberbio.

No creo que el Ser Humano sea estos adjetivos. Está en lo absurdo, egoico y soberbio, muchas veces, pero también necesitamos explorar con nuestros límites y el sentido de la polaridad.

El tiempo, así como el ritmo y el espacio, son fenómenos que resultan de la polaridad. Dicho de otra manera, la incapacidad de contemplar simultáneamente los dos aspectos de una unidad, nos obliga a hacerlo sucesivamente en manifestaciones como son el tiempo, el ritmo y el espacio. En el artículo que escribí hace unos meses sobre El Sentido de la polaridad, apuntaba:

“Los seres humanos no somos capaces de percepción simultánea debido al carácter bipolar de nuestra conciencia, y necesitamos dividir toda unidad en sus dos polos, a fin de poder tener una percepción más cercana a una experiencia no separada o no dual. Esto lo conseguimos gracias al tiempo: inhalo y exhalo, inhalo y exhalo…, un tiempo y otro tiempo, que van conformando un ritmo.”

La respiración ilustra con claridad la polaridad (y pluralidad) del tiempo. El tiempo respiratorio es polar – plural.

Cuando estamos en 24/7, el dormir o descansar no están bien vistos, tampoco el ser improductivos. Sin embargo, ser artista de tu cuidado es, en realidad lo más productivo que yo conozco. Primero, porque es generador de bienestar y salud. Y segundo, porque quien está sano rinde el doble, se ayuda el doble y puede estar al servicio de la sociedad con mayor disponibilidad y claridad. ¡Ventajas, las mires por donde las mires!

¿Y si cambiamos la fórmula que nos está desnaturalizando a 7/7? Si te parece impensable, busca la que te vaya bien a ti, donde cuidArte tenga espacio para tener un tiempo saludable, un tiempo donde masticar y cocinar no sean tareas del tipo “tengo que”. Y que engullir o desprecintar un alimento envasado formen parte de otra época. Un tiempo donde hacer una sola cosa, ya sean momentos contemplativos o meditativos, o sencillamente momentos cotidianos o compartiendo con otros seres, no sea en modo multitasking, revisando el móvil y los mensajes nuevos que han entrado y que nos sacan del momento presente y alejan de la persona que tenemos en frente, y muy especialmente de nosotros mismos.

7/7 o la proporción que tú sientas que se ajusta a tu bienestar y necesidades, favorecería la remisión de enfermedades fruto del 24/7. Seguro que alguna te suena o has sufrido en algún momento de tu vida:

Agotamiento o fatiga crónica
Depresión
Estrés
Ansiedad
Dispersión, déficit de atención, memoria o concentración
Rigidez (física y mental) e inflexibilidad (física y mental)
Insomnio
Cefalea
Dolores musculares y articulatorios
Problemas digestivos
Hipertensión
Problemas en la piel
Alergias e intolerancias
Bruxismo
Aprensión o ataques de pánico
Adicciones
Vértigo y mareos

Detrás del 24/7 estamos nosotros como individuos y como sociedad. Está nuestro miedo al vacío, a sentir el vacío como una amenaza a nuestra supervivencia. El vacío forma parte de la pareja o binomio vacío-lleno, y como todas las parejas de opuestos complementarios, no es ni bueno ni malo. El vacío es, y está por algo, da sentido al lleno, y existe en relación al lleno. Tener la experiencia del vacío tiene una función de vida, de la misma manera como lo tiene sentir el lleno. Si la vivencia que tenemos de alguna de las manifestaciones de esta polaridad está traumatizada es porque no hemos tenido la experiencia equilibrada o autoregulada de su función de vida en alguna de las etapas de crecimiento.

24/7 comporta la alteración del sistema nervioso. Este se altera para inhibir a los neurotransmisores que emiten las señales de cansancio o sueño, por ejemplo. Es decir, señales del cuerpo que nos piden escucha para poder dar respuesta a necesidades biológicas. No atender estas llamadas es antinatural y está en el origen de las enfermedades de la lista de arriba.

7/7 (o la proporción que a ti te parezca idónea) comporta un respeto y libertad hacia la integridad y autorresponsabilidad de la salud, y está en el origen del potencial de equilibrio u homeostasis.

Cuando vamos muy deprisa, lo que sucede es que no da (tiempo) para SENTIR.
Si no sentimos, es muy difícil saber qué NECESITAMOS realmente.
Si no sabemos lo que necesitamos, nos perdemos en el tiempo DESNATURALIZADO.

Sentirnos perdidos es doloroso, y acarrea un sinvivir o un malvivir. Y vivir así es llegar mal a la muerte (sobre esto escribiré otro día).

Necesitamos tiempo para sentir, pensar y actuar. También para masticar (empezaba este artículo llamando la atención sobre la cercanía entre el hueso temporal y la mandíbula).

Frente a la velocidad, parar. En mis acompañamientos con el Arte de cuidArte, nos entrenamos en parar, y lo hacemos poco a poco. No lo hacemos de golpe, pues sería otra manera de meterle prisa al cuerpo, y entonces volveríamos a estar en las mismas. El proceso puede ser más lento, pero también es más seguro el cambio y su durabilidad en el tiempo e integración del nuevo patrón.

Para mí, no es tanto sumarse al slow (+ un verbo) -como otro reclamo de moda-, sino más bien un llamado interno a hazlo a tu ritmo y a tu manera, respetando tus necesidades y circunstancias vitales, escuchando tu silencio y el sonido de tu sangre moviendo vida desde tus huesos temporales.

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